viernes, 20 de mayo de 2011

Un aprendizaje o el libro de los placeres-Clarice Lispector


El otro día, en IOMA, leí esto: “Apenas eso: llovía fuertemente y ella estaba viendo la lluvia y mojándose toda.
Qué simplicidad.
Nunca había imaginado que una vez el mundo y ella llegasen a ese punto de trigo maduro. La lluvia y Lori estaban tan juntas como el agua de la lluvia estaba ligada a la lluvia. Y ella, Lori, no estaba agradeciendo nada. Si no hubiese, enseguida de nacer tomado por casualidad y forzosamente el camino que había tomado -¿Cuál?- y habría sido siempre lo que realmente estaba siendo: una campesina que está en un campo donde llueve. Ni siquiera agradeciendo al Dios o la Naturaleza. La lluvia tampoco agradecía nada. Sin gratitud o ingratitud, Lori era una mujer, era una persona, era una atención, era un cuerpo habitado mirando la lluvia pesada caer. Así como la lluvia no era grata por no ser dura como una piedra: ella era la lluvia. Tal vez fuese eso, pero exactamente eso: viva. Y a pesar de apenas viva era de una alegría mansa, de caballo que come de la mano de la gente. Lori estaba mansamente feliz”.
Fue el bono C más lindo que retiré en mi vida.
Qué simplicidad. Clarice arremetió ahi, en el medio de las esperas. Lo de la felicidad mansa me lo debe, se lo queda todo Lori, porque en lo que a mí se refiere me sentí como ella pero antes, como la primera vez que se metió al mar a las cinco de la mañana y se dejó sacudir y revolear por la ola. Así, despatarrada en medio de IOMA. Cerré el libro por un segundo, Lori había llegado a un punto clave de su viaje (ser punto de trigo maduro con el mundo, releo esta frase y me dan ganas de gritar). Ni por campo, ni por mar. Un viaje cuerpo adentro: buscar estar lista para, agarrar una manzana y dejarla porque un bocado basta, rezarse a ella misa, arder de deseos por Ulises y sin embargo aprender a esperarse. Abrí el libro otra vez. Leí, leí y leí ese párrafo. Lori encuentra pero no le importa qué, porque comprende de a poco que es imposible preguntarse "¿Quién soy?" y no perderse en el intento de responder (¡quiero gritar otra vez!). En la embestida de la ola algunas cosas pierden importancia. Seguí leyendo y si entendía o no entendía no me interesaba. Ahora tampoco. Lori sale a buscar a Ulises para compartir esa lluvia con él y yo me quedo chapoteando un rato en la orilla.

viernes, 13 de mayo de 2011

Paso de la Patria, Corrientes

Primer día.
Mañana/ tarde
El agua me desanuda y me envuelve, borra los bordes de algunas cosas y los funde. Une los sonidos de las chicharras con el de las lanchas, transformándolos en un zumbido único que se agolpa en mis oídos. Me meto con los ojos cerrados y nado en dirección a Paraguay o al Chaco, me impulso hacia delante pero todo depende de la corriente. La temperatura del cuerpo disminuye y algunas partes se hacen más concientes que otras, como los oídos, los brazos y las piernas que se mueven sincronizados. Pero abajo, y sobre todo con los ojos cerrados, el conjunto pierde límites y todo es agua y más agua.
Noche
La digestión se hace con una guitarreada y todos cantan. Agüicho y el Gordo sacan unas voces tremendas y se comen la noche. Cuando la reunión termina y me preparo para ir a pescar con Facu, Marila se ríe y me dice que tenga cuidado, porque cuando dos personas van al río de noche se dice que están obligadas a contarse secretos. La verdad es que hablamos poco, de vez en cuando se siente que algo nos hace fuerza hacia el agua, pero son movimientos rápidos, los peces pican la carnada y se van. Las cosas en el Paraná pasan por debajo, Agüicho y el Gordo cantan una canción que dice “Que te quede de mí la ternura como resolana bajo la piel”.

Reunión de hombres.
. “¡Qué hacés corazón!”,Agüicho  se acerca y me pega uno de sus abrazos: uno de los brazos rodea toda mi espalda, nos pegamos pecho con pecho y los dos permanecemos así por un ratito, mientras la mano que cruza mis hombros me golpea despacio y casi a la oreja, con su voz grave y un poco de olor a vino de anoche y un poco del perfume de hoy, me dice “buen día” o algo por el estilo. Ese cuerpo a cuerpo que la primera vez que me encontré con Agüicho me sorprendió y me dejó casi sin reacción y ahora respondo con ganas, cruzando su espalda también, sintiendo sus gotitas de transpiración en mi cara, me hace dar  cuenta de que con él la confianza no es un paso previo para ese abrazo sino que es al revés.
            Me pego a su olor a vino, a su camisa sucia y la envidia de la noche anterior vuelve: su olor y su ropa son como el sonido del acordeón que me llegaba de lejos. El chamamé y el asado eran parte de un encuentro de hombres del cual Marila, Paz y yo quedamos firmemente excluidas. Con los retazos que él me presta voy armando alguna imagen. Lo veo dormido, oliendo a vino más que ahora, con la camisa que se va a volver a poner dentro de unas horas tirada en el piso, y los que quedaron de reunión en el patio, entran de repente a la habitación con acordeón, violín y guitarra y todos cantando. Él se despierta sin entender nada y sin decir nada tampoco, lo único que le sale es la risa.  “¡¿Vos sabés que me acosté a las cuatro de la mañana y al rato aquellos locos entraron a cantarme una serenata?!”.
                       

miércoles, 4 de mayo de 2011

Insolación
Tener fiebre es perder los detalles de uno mismo. La noche en la que que me hundí en las sábanas comencé a escuchar lo que Viviana le susurraba al oído a Lucas, su nuevo novio. Por mi oído izquierdo se arrimaba la lengua filosa de Marta acusando a su hijo de quién sabe qué cosas. Aquellas amenazas se me perdían, entremezclándose con la ducha de Juan y el constante ruido que producía la vajilla del nuevo vecino del piso de abajo.
Mis ojos arden cada vez más y temo mirar por la ventana. La fiebre se expande: la cama, el piso, las paredes y las pocas puertas están, también, recalcitrantes. Sigo escuchando la ducha de Juan y sin abrir los ojos siento mi pelo empapado y mis pies tocan un fondo de barro y algas. Mi frente arde. Las sábanas se adhieren a mi piel y el sol ya no me deja pensar. Me hundo en el río de aquella tarde de un febrero irreal. Me hundo en la siesta que volvió mi cuerpo recalcitrante y dividió mi espejo en más de dos partes.

lunes, 2 de mayo de 2011

 El edificio estuvo sin luz toda la mañana y el grupo electrógeno ya no funciona pues han pasado más de cuatro horas. Abre la puerta que comunica a la escalera y cuando la cierra queda completamente a oscuras. Directamente pega su espalda a la pared y se queda quieta, allí. Desprendiéndose con lentitud, perdiendo toda noción, extiende su pierna derecha hasta que bordea el fin del primer escalón. Luego es el turno del brazo, que actuando mediante un recuerdo vago alcanza la baranda. Ahora sí se despega, no sin temor, de la pared y un segundo después la única certeza es el borde que presiente su pie y el frío que siente su mano. El pie y su mano, incluso, y nada más. Como si ella, la pared y lo que hay en el medio fueran un engaño de la luz.
En la foto estoy como ahora, igual igual, pero con unos años menos y más rubia. Estoy en un "hago de cuenta que", juego a querer y a poder. Esto del blog va a ser muy complicado, lo admito desde un principio: me trabo, me cuelgo, no entiendo la tecnología y me pierdo por ahí. Por eso vuelvo a mirar la foto y me digo, bueno esto tiene un poco de realidad y un poco de pretensión: estar un rato concentrada de cara al papel, imaginando algunas cosas y desenredando otras. De realidad tiene el hecho de que, escriba lo que escriba, lo hago con un otro al lado. A veces lo veo bien clarito, tiene cara, nombre, le copio sus gestos y hasta si estiro la mano le puedo robar su cartuchera del cometa Halley. Juan está más grande y tiene unos rulos terribles, pero yo sigo bien pegada a él como a tantas otras cosas (y gente) un poco menos definible. Y lo que también está, aunque no esté, es esa casa. La foto tiene de real que sigo siendo desde ahí.