Ayer a la noche llegué cansada a casa. Volví de la reunión con un millón de cosas en la cabeza, el taller, la niñez, espacios de formación, la toma, estos pibes que tienen mi edad o son más chicos y hacen montones de cosas. Tenía la cabeza en ebullición. No podía parar del todo, es como cuando uno va parado en el micro y este frena de golpe: el cuerpo sigue de largo. Llegué, me busqué algo para tomar y prendí la tele. Otras veces me funciona, cuando llego reventada y con ganas de desenchufar. Ayer no quería desenchufar. Era algo más bien corporal, empecé a buscar algún libro y primero descarté a los que me rodean ahora, chau a Clarice y a Saer. Buscaba otra cosa. Hacía rato que no experimentaba ese tipo de ebullición. Ese entusiasmo que tiene que ver con el principio de las cosas. Lo que andaba buscando para leer, me di cuenta después, tenía que tener que ver con ese principio. Rastreaba en mi biblioteca y en la de Mari desde la memoria, buscaba un libro para ser leído de noche, en la cama y justo antes de dormir, buscaba algo para leer nada más y nada menos que por las ganas de leer, buscaba el velador prendido de mi pieza y la voz de mi viejo del otro lado: "¡Apagá la luz!". Necesitaba algo parecido a un libro encontrado ( y robado) entre las cosas de mi hermano. Necesitaba volver a descubrir las palabras "pis y caca" y morirme de risa, leer tres veces seguidas la historia de una nena que patea pelotas o lunas y se imagina sopas de rinoceronte. O ver Buenos Aires con ojos de sapo. Los principios se alojan en el cuerpo y todo viene de antes, ¿de dónde? Andaba tras un momento en el que algo, no sé bien qué ni cómo, comenzó. Buscaba un momento-estado que sirviese para alojar todo lo que ayer bullía.
Qué lindo Lu que puedas describir momentos difíciles de captar en un texto. Un abrazo!
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