(A partir de "Un paseo por la literatura", de Bolaño. Lo que está en cursiva es de él)
1 Soñé que Baudelaire hacía el amor con una sombra en una habitación donde se había cometido un crimen. Pero a Baudelaire no le importaba. Siempre es lo mismo, decía. Yo no comprendía a qué se refería, si a las sombras o a los crímenes. Él me miraba excitado y queriéndome decir que era un joven de 15 años muy estúpido, me repetía “siempre es lo mismo”, en francés, en inglés y en chino. Todavía sin entender seguía sus movimientos con atención y lo veía derrumbarse sin sentido, los dos cuerpos casi translúcidos sobre aquella cama, ahora losa de basalto, ahora altar, ahora mi alfombra favorita. Lo vi gozar como nunca y optar por la felicidad, como los otros franceses después de una tormenta. Me desilusioné terriblemente, agarré a Georges Perec de la mano y lo llevé de vuelta al Hemisferio Sur, mientras le leía las cenizas de Trilce.
2 Soñé que estaba en un patio africano, naciendo y muriendo en un rincón. Cada vez que nacía veía un enorme árbol que además de ramas ostentaba sogas, todas se balanceaban y terminaban en un círculo perfecto, donde cabía mi cabeza perfecta. Sabiendo lo que se me avecinaba intentaba atrapar alguna y morir antes de tiempo, pero mis piernas desaparecían y otra vez volvía a estar en un lecho con un francés al lado que me susurraba cosas que no llegaba a comprender, la única palabra que entendía era “consuelo”. Sólo una vez no fijé mi atención en el árbol: en el otro extremo del patio estaba Anaïs Nin, desnuda, prometiéndome un 69.
3 Soñé que hacíamos un alto en el camino de vuelta a casa. Entramos en una taberna en Civitavecchia y Georges Perec se entretuvo con una nena que se había escapado del manicomio. Ella se iba volviendo más y más loca y el juego de intercambios de rostros terminó por asustar a Georges, quien vino llorando a esconder su cabeza entre mis piernas. Lo consolé, le dije que era un niño precioso y le convidé Trilce para que pasara el rato. Se fue hacia el patio, dando saltos de lo contento que estaba. Cuando lo fui a buscar vi que batía sus alas nuevas igual que un gallo furioso en medio de una riña, picoteando con esmero lo poco que quedaba del libro.
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