Los amigos dicen:
- Podemos hacer lo que queramos (Nati vital)
- El río mueve las cosas (Facu poético sin querer)
- Somos enfermas del discurso (Carito lapidaria)
Los amigos dicen mucho más, pero en estos días resuena eso, por momentos todo junto.
miércoles, 29 de junio de 2011
jueves, 23 de junio de 2011
Sueños
(A partir de "Un paseo por la literatura", de Bolaño. Lo que está en cursiva es de él)
1 Soñé que Baudelaire hacía el amor con una sombra en una habitación donde se había cometido un crimen. Pero a Baudelaire no le importaba. Siempre es lo mismo, decía. Yo no comprendía a qué se refería, si a las sombras o a los crímenes. Él me miraba excitado y queriéndome decir que era un joven de 15 años muy estúpido, me repetía “siempre es lo mismo”, en francés, en inglés y en chino. Todavía sin entender seguía sus movimientos con atención y lo veía derrumbarse sin sentido, los dos cuerpos casi translúcidos sobre aquella cama, ahora losa de basalto, ahora altar, ahora mi alfombra favorita. Lo vi gozar como nunca y optar por la felicidad, como los otros franceses después de una tormenta. Me desilusioné terriblemente, agarré a Georges Perec de la mano y lo llevé de vuelta al Hemisferio Sur, mientras le leía las cenizas de Trilce.
2 Soñé que estaba en un patio africano, naciendo y muriendo en un rincón. Cada vez que nacía veía un enorme árbol que además de ramas ostentaba sogas, todas se balanceaban y terminaban en un círculo perfecto, donde cabía mi cabeza perfecta. Sabiendo lo que se me avecinaba intentaba atrapar alguna y morir antes de tiempo, pero mis piernas desaparecían y otra vez volvía a estar en un lecho con un francés al lado que me susurraba cosas que no llegaba a comprender, la única palabra que entendía era “consuelo”. Sólo una vez no fijé mi atención en el árbol: en el otro extremo del patio estaba Anaïs Nin, desnuda, prometiéndome un 69.
3 Soñé que hacíamos un alto en el camino de vuelta a casa. Entramos en una taberna en Civitavecchia y Georges Perec se entretuvo con una nena que se había escapado del manicomio. Ella se iba volviendo más y más loca y el juego de intercambios de rostros terminó por asustar a Georges, quien vino llorando a esconder su cabeza entre mis piernas. Lo consolé, le dije que era un niño precioso y le convidé Trilce para que pasara el rato. Se fue hacia el patio, dando saltos de lo contento que estaba. Cuando lo fui a buscar vi que batía sus alas nuevas igual que un gallo furioso en medio de una riña, picoteando con esmero lo poco que quedaba del libro.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)